lunes, 11 de octubre de 2010

Hoy toca algo de cosecha propia. No tiene título... todavía.

Se levantó temprano como cada mañana, rápido, pensando en lo que tenía que hacer durante el día. Fue al baño, se duchó y se vistió... Bajó a la cocina se hizo un café y se comió un par de galletas. Ya estaba preparada para empezar el día.

Cuando iba a salir por la puerta fue consciente de su error. ¿Cómo podía pasarle esto? ¿ Cómo había llegado hasta ese punto?

Volvió a cerrar la puerta suavemente y se quedó plantada en medio del salón. Y ahora, ¿qué hago? ¡Es sábado! No tengo que ir a trabajar. No me tengo que levantar a las 6 de la mañana. ¿Qué me está pasando?
Se fue a la cocina y se preparó un té. Si fuera verano se hubiera sentado en la terraza a tomárselo, pero hacía frío y todavía estaba oscuro. ¿Me vuelvo a la cama? No, ya estaba despierta. Se sentó en la mesa de la cocina con la taza de té entre las manos, mirando al infinito e intentando no pensar en nada, pero no lo consiguió. Se quedó asi un buen rato hasta que sintió frío y se levantó.

Ya había amanecido. Fue a su habitación y empezó a meter ropa y otras cosas en una pequeña maleta. Se estaba dejando llevar por un impulso.

Encendió el ordenador, buscó un billete para ese día y lo compró. Le salió muy caro pero no le importó. Total, no pensaba volver a comprar otro en un tiempo. Pidió un taxi y se fue al aeropuerto. No sabía lo que haría al llegar a Bruselas. ¿Llamarle? ¿Ir directamente a su casa? Había cogido la dirección al menos, no? Sí, eso sí que lo tenía.

Desde que se había ido ya no era la misma. No dormía bien, no se concentraba en el trabajo, no quedaba con los amigos, ... nada de nada. Estaba vacía, muerta. No pensaba, no razonaba, no actuaba. Iba de casa al trabajo y volvía. Ahora tocaba actuar. Si no la quería daba igual, solamente quería decirle lo que sentía, no podía soportarlo más.

Anunciaron su vuelo. El corazón le dio un brinco. ¿Estaba haciendo lo correcto, lo que debía? ¡Qué más daba! Siempre había hecho lo que tenía que hacer y no le había ido nada bien. Así que, por una vez, seguiría un impulso que podría cambiarle la vida para siempre.

Subió al avión. Por primera vez sintió que tomaba las riendas de su vida, que ya no era una mera espectadora. Y todo cambió.