Bueno,
voy a retomar el viaje italiano del mes pasado. Como soy una inconstante en
esto de escribir, pues alargo los temas que da gusto.
Nos
quedaba la segunda etapa del viaje. Venezia. Ciudad única en el mundo por su
infraestructura y por la cantidad de turistas que recibe diariamente. Pues,
vamos allá… A ver qué tal pasamos un día en Venecia.
Llegamos
en tren desde Milán. Lo que significa, madrugón. Pero, no pasa nada. Todo sea
por visitar esta ciudad. Después de 2,5 h de tren llegamos a la ciudad de los
canales.
Lo
primero que recuerdo es la cantidad de gente que había. Increíble. En la
estación y fuera de ella. Gente por todas partes. Gente haciendo colas. Gente
comiendo gelattos… Gente, o turistas, guiris, … como les queráis llamar.
El
segundo recuerdo es la majestuosidad de la ciudad de los canales.
Concretamente, el Gran Canal, que es el que pasa por la estación de tren, y sus
edificios colindantes. Y pensar, estoy en Venecia, estoy aquí, estoy viendo
esto en vivo y en directo. No es una peli, ni una foto, ni un vídeo. Son mis
ojos los que ven el canal, son mis manos las que tocan los puentes y los
edificios… Piel de pollo. Al fin estaba en una de mis ciudades pendientes.
Como
había tanta gente, pasamos de coger un vaporetto y nos aventuramos a caminar en
dirección al Puente del Rialto. La verdad es que no es nada difícil con todas las
señales que te encuentras por el camino, el mapa que llevamos y, bueno, Nisi
que ya había estado antes… Aunque esto último no sé si es mejor o peor…
Callejeamos
como muchos turistas. Encontramos rincones tranquilos. Nos hicimos miles de
fotos. Pasamos por una tienda de máscaras fantástica. Nos paramos a
mirar escaparates. Me compré dos pares de pendientes de máscaras. Vimos
nuestras primeras góndolas con sus gondoleros. Comprobamos que había vida
aparte de los turistas. Una vida dura, por cierto, para realizar todo lo
referido al hogar o a los negocios, por lo difícil del transporte. Así pudimos
ver ancianitas venecianas que subían y bajaban por los puentes con sus carritos
de la compra, trabajadores que iban con carretillas gigantescas para
transportar alimentos o lo que se terciara, barcazas cargadas de cajas,… Y, finalmente, volvimos a ver el Gran Canal y
su Puente del Rialto. Nunca me había imaginado lo grande que podía ser este
puente. Ni que tuviera tiendas en su parte central. Y que estuviera lleno no,
llenísimo de turistas que lo subían y lo bajaban, que hacían fotos, que
compraban en las tienduchas… Me gustó más por el exterior que por el interior,
aunque me sobraba la gente (esto pasa cuando estás acostumbrado a la
tranquilidad de vivir en un pueblo).
Después
seguimos callejeando y vimos una boda veneciana con su góndola decorada para la
ocasión y sus gondoleros vestidos de gala. Vimos una tienda llena de camisetas
a rayas (nosotros también llevábamos… Somos así de predecibles). Más canales.
Más góndolas… Nos acercábamos peligrosamente a San Marcos y nisi quería que nos
tomáramos un Spritz. Encontramos una placita muy pequeña y cerrada con un bar…
Pero no fue bien, era una vinoteca. Seguimos buscando un sitio que nisi
conocía… Pero acabamos en uno junto al hotel que estuvo ella y, hay que
decirlo, el Aperol Spritz estuvo buenísimo. Hacía calor. Llevábamos mucho
tiempo caminando. Y probar aquella bebida nos revivió a todos.
Después
seguimos hacia San Marcos, y cada vez había más gente y más tiendas. Cuando
llegamos a la Plaza de San Marcos, me pasó un poco como cuando vi el Gran
Canal. No podía creer que estuviera allí. A pesar del calor, a pesar de ser
mediodía, estuvimos un buen rato paseando y contemplando todo lo que rodeaba la
plaza. Y eso sí, bailamos. Vayamos donde vayamos, bailamos… Somos así… ¿Qué le
vamos a hacer?
Antes
de comer, nos fuimos a ver el Puente de los Suspiros desde el exterior. Me
gustó mucho: pequeñito, tapado, supongo que para ocultar a la gente que pasaba
por ese puente (que tampoco me extraña porque eran reos).
Y
unas miles de fotos después, nos fuimos a comer a una zona más tranquila.
Encontramos por el camino una tienda de disfraces de época para el carnaval que
me fascinó. Y al fin, comimos junto a un canal y la sede griega. Un sitio
tranquilo, con turistas, pero no estuvo mal. La pasta que me comí me gustó
muchísimo. No sé si influyó el hambre que tenía, pero me pareció muy buena. Fue
un momento de relax y de planificación de lo que haríamos después de comer. No
teníamos tiempo de todo.
Así
que, repuestas las energías, nos fuimos a montar en góndola. 40 min navegando
por los canales estrechos. Me gustó mucho el paseo. La habilidad de los
gondoleros para no pegársela, me fascinó. Nos relajamos y disfrutamos de las
vistas desde la góndola. Muy guiri, pero divertido.
Después,
volvimos a San Marcos. Subimos al Campanile (cosa que no habíamos previsto) y
contemplamos toda la ciudad de Venecia e islas colindantes. Se estaba muy
fresquito allá arriba. Y luego un poco de compras y de vuelta a la estación en
el vaporetto, apretujadísimos todos, pero contemplando los magníficos edificios
y jardines que dan al Gran Canal.
En
resumen,
-
Es
una ciudad que mires por donde mires encuentras algo bonito. Ah, y no olía mal.
-
Hay
demasiada gente, al menos en verano.
-
Todavía
me fascina cómo se puede aguantar una ciudad sobre pilones de madera después de
haber pasado tanto tiempo desde su construcción.
-
Cumplí
uno de mis sueños al ir.
Pero
me ha quedado pendiente vivirla de noche. Así que, volveré… Eso espero.